A pesar de que Salvador Dalí se haya llevado gran parte del crédito en torno al surrealismo, otros artistas como Joan Miró también se enfocaron en realizar este tipo de obras. Sin embargo, no es su obra más conocida, ya que el artista español inició en la figuración, desarrolló arte abstracto con gran influencia del fauvismo, Cubismo e incluso el Expresionismo Abstracto, pero sin dejar de pasar por la plana pintura con tendencia naif.

Inicios del artista español Joan Miró

Joan Miró i Ferrá nació en Barcelona, España, el 20 de abril del año 1893, y falleció a los 90 años de edad en 1983, el 25 de diciembre. No solo fue pintor, sino también ceramista, grabador y escultor. Su padre fue un herrero de nombre Miguel Miró i Adzeries, cuya fuente de ingresos provenía de un taller de orfebrería y relojería que tenía en la ciudad natal de su hijo.

Su madre fue Dolors Ferrá i Oromí, y de ambos padres tuvo también una hermana llamada igual que su madre, Dolors. A pesar de provenir de una familia de artesanos, concluyó estudiar Comercio, un tanto guiado por las ideas de su padre, quien quería que preparara un futuro mucho más estable, a pesar de sus deseos de dibujar. Tal deseo no lo dejó atrás, y lo tomó como clases nocturnas en la escuela de la Lonja, haciéndole creer a su padre que se trataba solo de un pasatiempo.

La pasión por el dibujo

Desde muy temprana edad Joan Miró se mantuvo dibujando. Su madre fue en gran medida quien lo motivaría, especialmente porque ella misma solía pintar acuarelas, aunque la finalidad no fuese la misma (ella lo hacía como parte de su formación de señorita, común en su época).

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La carrera de toros, 1945. Dominio público vía Flickr.

Sin embargo, no sería como otros de sus contemporáneos que sacaría su talento desde muy joven, como sí lo fue Pablo Picasso, por ejemplo, un gran admirador de Miró, e incluso concluiría protegiéndole. Quizás parte de esto influiría en su manera de ser, fue una persona muy introvertida, aunque al mismo tiempo bastante radical cuando de arte se trataba.

La obsesión por la perspectiva

Cuando se trataba de realizar avances técnicos en la pintura, solía ser tan meticuloso, que mucho se peleaba tanto con las perspectivas, como con las proporciones. Tenía un talento táctil e intuitivo que no podía igualar el expediente académico de Llotja. Para comprender cuanto dibujaba, era necesario tener que palparlo.

Posteriormente, cuando residía en París, haría lo mismo con algunas de sus modelos, «con intenciones absolutamente puras», según dice en su carta. Con sus manos capta la esencia de lo que está pintando, lo que le agrada mucho más que su superficie. La profesión de Joan Miró como artista jamás fue aprobada por sus padres.

El enfrentamiento con sus frustraciones

El artista recuerda siendo mayor con gran enfado las discusiones con su padre. Se vio obligado a asistir a la escuela de Comercio y obligado a trabajar como contador en una farmacia, un trabajo que le desagradaba mucho. A los 19 años, el valiente Miró anunció su intención de dedicarse a la pintura, se matriculó en la Escuela de Arte Francesc Galí y se incorporó al Cercle Artístic de Sant Lluc, donde conoció a las futuras promesas del estilo Noucentista.

Su familia lo consideró imposible. Su madre, sabiendo de antemano que el niño nunca crecería en la vida, haría un testamento que le garantizaría, al menos, una fuerte herencia. Mientras tanto, Joan conoce a Francis Picabia y Maurice Raynal, se hace amigo de Josep Francesc Ralphs, Joan Prats y Enrique Christopher Ricardt (a quien aconseja sobre mujeres, ocultando lo terrible que era para seducir), lee libros cubistas, coquetea con el Fauvismo y se enamora de quién no le correspondería de igual manera, Lola Anglada.

El artista más tímido del siglo XX en París

La cultura catalana de principios del siglo XX acogió la vanguardia con una actitud cautelosa, adaptándola a su propio gusto. Un viaje de ilustración a París es casi obligatorio, pero una cosa es pasear por Montparnasse, visitar un museo, emborracharse y presumir en un cabaret, y otra exportar a Barcelona o a cualquier otro rincón de España.

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Gaudí 36, 1978. Aguafuerte sobre papel. Dominio público vía Wikimedia Commons.

El español Miró tenía 27 años cuando se apeó en la estación de tren de Orsay, vestido con ropa dominguera y un aire de pueblerino que no ayudó a abrirle la puerta. Era tan tímido, que no le ayudaba demasiado en un lugar como París.

Joan Miró todo lo que miraba y escuchaba lo absorbía como una esponja, a pesar de que poco hablaba. El aluvión de noticias creó incluso una breve barrera creativa que solo pudo romper durante su verano en Mont-roig.

Su extrema timidez y el perenne silencio

Atraído por el activismo del movimiento dadaísta, concibió la idea de asesinar la pintura, no para vilipendiar al público, sino para encontrar un nuevo clasicismo, un arte perdurable que sólo sería posible libre de clichés y convenciones. De vuelta en París, Joan Miró seguía siendo un pez sin agua.

Sus amigos catalanes se burlaban de él. Le robaron el sombrero y se lo pasaron entre ellos, lo hicieron hacer mandados para chicas desconocidas y se rieron de su situación, y se unieron para convencerlo de que su cabeza realmente tenía un aura de santidad.

Sus pinturas, cada vez más atrevidas y soñadoras, les abrieron la puerta a los círculos surrealistas, pero la historia se repetía. Todos se sintieron algo incómodos debido a su silencio. El mismo Man Ray contaba lo difícil que era hacerlo hablar, e incluso, se cuenta una broma muy fuerte que le realizó Max Ernst para conseguir que hablara al rodearle el cuello con una soga, amenazando con colgarlo, pero Joan Miró no hizo más, sino estar en calma sin hablar.

El respeto verdadero que sí recibió

Entre quienes lo han respetado desde el principio se encuentran Ernest Hemingway, quien adquirió el cuadro La masía; así como también Pablo Picasso, a quien admira. Da la máxima calificación: «Después de mí, eres el único que abrió una nueva puerta». Al principio, Miró participó felizmente en los escandalosos disturbios surrealistas.

«¡Abajo el Mediterráneo!», gritó durante una de las célebres actuaciones del grupo que, como es costumbre, terminó como un rosario de madrugada. Sin embargo, su estado de ánimo era el opuesto al de André Breton y sus más fieles seguidores del movimiento surrealista. Su amor por la provocación terminó pareciendo trivial para él, y sus discusiones fueron solo una pérdida de tiempo.

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Mujer con espejo, 1966. Dominio público vía Flickr.

La revolución que está tratando de hacer requiere paciencia, trabajo y dedicación. Por fuera, Joan Miró es metódico y tradicional. En palabras del poeta Jacques Dupin, «Él estaba tan loco por dentro, que necesitó orden.» Su estudio es prístino, sus colores y pinceles dispuestos con gran una precisión.

Su matrimonio

Luego de haber experimentado diversos romances con mujeres de personalidad un tanto fuerte, Joan Miró terminó casándose con su prima Pilar Juncosa. Su familia quedó finalmente aliviada, e incluso el mismo pintor, quien estaba muy feliz de, por fin, tener una amable esposa fuera de intelectualidades.

Las autoexigencias de Miró tras el constante trabajo

La disciplina y la sencillez ayudan a englobar un espíritu turbulento, insaciable y enormemente autoexigente. Trabaja incansablemente, encontrando nuevas expresiones con tanta regularidad como un oficinista. En sus pinturas hay violencia, deseo, asombro, imaginación e impulsos profundos.

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La caricia de un pájaro, 1967. Dominio público vía Wikimedia Commons.

No se inspira en discursos, manifiestos o «ismos» con los que sospecha cada vez más que se distancia, sino en lo que, como él, parecen detalles banales: la belleza de los pequeños tesoros insignificantes. Una piedra, un puñado de tierra, una concha, una hormiga, un trozo de madera; llevado por la marea, es más inspirador que cualquier discurso o teoría.

Las más grandes influencias de Joan Miró

Joan Miró efectivamente tuvo diversas influencias; sin embargo, Picasso, Cézanne, los primitivos o japoneses estuvieron ahí para ayudarlo a encontrar su voz, y nunca imitarles. Con una introspección radical, el artista se adentró en su interior, jugando incansablemente, experimentando, corrigiendo y aceptando una buena acción sólo cuando ve en ella un auténtico poema.

Quienes califican de pueril su arte no cuestionan la devoción monástica que hay detrás. “Tomó mucho tiempo hacerlos”, admitió el artista en 1961, refiriéndose a sus trípticos Bleu I, II y III. «No los pinté, medité en ellos. Tuve que esforzarme mucho y mucha tensión interna para obtener la limpieza que quería».

El exilio interior de un artista introvertido

Para Joan Miró, el arte es evidencia de salvación. Tenía una gran capacidad para refugiarse en su propio mundo interior como si de un exilio interior se tratase, lo cual le permitió vivir en medio de una relativa tranquilidad e Mallorca, a medida que seguía siempre creando incluso en medio de la dictadura.

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Pájaro lunar, 1946. Dominio público vía Flickr.

Tras exiliarse en Francia durante la Guerra Civil, decidió regresar a España en 1940 para escapar de la amenaza nazi. Su Partido Republicano era muy conocido, al igual que sus simpatías en Cataluña, pero por naturaleza su actitud fue siempre conservadora.

El Franquismo

El régimen de Franco, interesado en reconciliarse con sus aliados una vez quedó claro que ganarían la Segunda Guerra Mundial, nada ganaría encarcelando a un artista de fama mundial, y viviendo tranquilo con el negocio que inundaba Nueva York.

Nunca dejó de innovar. A los 81 años solicitó que la mitad de las grandes antologías celebradas en el Grand Palais de París recogieran obras nuevas, realizadas en parte con cartón, tela quemada y materiales orgánicos.

Reconocimiento merecido

Muchas fueron las obras realizadas por Joan Miró, y a pesar lo mucho que le costó mantener cierto reconocimiento, quizás por su evidente timidez logró obtener diversos reconocimientos y premiaciones, como la Medalla de Oro de la Generalidad de Cataluña, siendo Miró el primer catalán en recibirla en 1978, además de haber sido nombrado por la Universidad de Harvard doctor honoris causa en 1968, entre muchos otros.

El carnaval del arlequín, 1924

André Bretón percibía a Joan Miró como el más surrealista de todos los pintores, quién además habría arrasado sin más en la exposición colectiva de Peinture surréaliste de París en 1924, el año en el que realizó El carnaval del arlequín. Esto caería como anillo al dedo, considerando que ya el artista estaba devastado por no tener si quiera cómo sustentarse económicamente.

Sin embargo, tales acontecimientos no le restaban imaginación, lo que parece evidente en esta obra llena de onirismo, y al mismo tiempo recuerdos de su infancia. Él mismo diría en 1938 lo siguiente:

“El hambre que pasaba me hacía alucinar, todo eso intenté plasmarlo. Bretón y los suyos decían que pintaba mis sueños, pero la verdad no estoy muy seguro de ello; era el hambre la que producía en mí una especie de tránsito similar al que los orientales experimentaban.”

Joan Miró
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Reproducción digital de El carnaval del arlequín, 1924, de Joan Miró. Dominio público vía Pixabay.

Joan Miró, de manera espontánea, logró mostrar en su óleo un universo casi completamente infantil, en especial por la cantidad de objetos y seres vivos alusivos a la niñez. Se observan diversos juguetes alrededor, que además parecen estar en movimiento, lo que produce cierto ritmo enmarcado con mayor énfasis gracias a los colores y las formas.

Aunque se trata de parte del principio de sus obras, ya se puede notar marcadamente hacia dónde iría. Quizás no esquematizó la esencia como sí lo haría a posterior, pero finalmente formó parte importante de lo que traerían luego sus obras.

Signos y constelaciones enamorados de una mujer, 1941

Joan Miró pintó entre 1939 y 1941 una serie titulada Constelaciones, siendo muchas de ellas de gran reconocimiento a nivel internacional. Signos y constelaciones enamorados de una mujer fue realizado 1941 siendo uno de ellos. Son 23 pinturas en total, en las que más o menos se observa su estilo casi naif, notable especialmente entre los colores y los símbolos expuestos.

Esta constelación representa exactamente lo que dice su título: un cielo estrellado con las constelaciones correspondientes; los diversos símbolos constituyen una suerte de laberinto desarrollado por franjas negras y salpicado de estrellas. Los colores primarios, los famosos pájaros de Miró (¿los has visto por ahí?) y por supuesto la mujer, a quien el artista siempre ha considerado un ente creativo y protector.

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Signos y constelaciones de una mujer, 1941.

Muchos ven aquí un elemento de huida y escape, dado que 1941 no fue el más cómodo de Europa. El nieto del artista aseguró que Joan Miró tuvo que escapar de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial de una manera u otra, y lo único que lograría sería deshacerse de su arte y mirar al cielo. De alguna manera la fantasía de escapar de la realidad se convirtió en un pájaro y luego regresó a la Tierra representando simbólicamente todo lo posible en el lienzo.