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El arte del Kintsugi o Kintsukuroi, que se traduce en japonés por «reparación de oro», es una técnica artesanal centenaria del país nipón que consiste en reconstruir la cerámica rota para hacerla más hermosa de lo que era antes.
Se dice que este arte comenzó en el siglo XIV, cuando el shōgun Ashikaga Yoshimasa (el shōgun era el gobernante de facto del país, en el que el Emperador delegaba la autoridad) mandó a reparar su tazón de té favorito a China. El resultado (le habían colocado unas grapas metálicas) le decepcionó enormemente, pues no solo se había perdido la belleza de la pieza sino que quedaba inservible, ya que el té se filtraba por las grietas. Por ello mandó a los artesanos japoneses idear un método de restauración que no solo volviera a hacerlo funcional, sino que no lo afeara.
De la imaginación de los encargados de esta tarea surgió, según la leyenda, el Kintsugi o reparación con barniz de oro, que consiguió convertir las piezas rotas en ejemplares únicos, y más bonitos aún de lo que fueron antes de romperse. También existen otras variantes que mezclan otro material con la resina: el Gintsugi, si se usa plata, y el Urushitsugi, cuando se usa laca urushi.
El kintsugi consiste en pegar los trozos rotos entre sí con barniz de resina o laca mezclada con oro o plata en polvo, y limar la superficie hasta alisarla y convertir el arreglo en vetas de metales preciosos incorporadas a la pieza. Con esta técnica se consiguió darle una segunda vida a la cerámica que la enriquecía y le confería un carácter propio, con cicatrices como las que marcan a los humanos para significar el transcurso de una vida, solo que esta vez de oro para entenderlas como algo bello.
No se trata solo de hacerla estéticamente más bonita: se trata de impregnarla de un mensaje inspirador. La pieza se rompió, pero fue reparada, y ese episodio es una parte de su historia que la hace más valiosa por su capacidad de resiliencia. De hecho, los ejemplares antiguos de cerámica que fueron reparados usando esta técnica son más valorados que los que se han conservado intactos, sin haberse roto nunca.
La filosofía que se puede extraer de este arte es verdaderamente inspiradora: en lugar de ocultar las roturas y las reparaciones, se reivindican como una parte inherente a cada objeto que no hacen sino embellecerlo y dar testimonio de su capacidad de transformación. El uso de metales preciosos y el cuidado de una técnica bien manejada convertían las grietas no en un recordatorio del daño, sino de la capacidad de reconstrucción.
Esta técnica, además, ha servido para inspirar a varios artistas. Por ejemplo, el francés de origen armenio Sarkis Zabunyan la empleó en la línea de vajilla que creó bajo encargo de la marca de porcelanas Bernardaud con motivo de su 150 aniversario.
La artista de Corea del Sur Yee Soo Kyung se basó en la misma idea de darle valor a las roturas (en coreano, las palabras para «grieta» y «oro» son homófonas) en su trabajo Translated Vase, en el que utilizaba añicos de piezas de cerámica rotas para construir una obra nueva de arte contemporáneo.
También el artista Andrew Stellitano creó su serie Kintsugi, una serie de imágenes que buscaba capturar momentos de abstracción e imperfección inspirados por este arte.
Aunque el resultado no será el mismo que si pudiésemos contar con el trabajo de un artesano japonés especializado en esta técnica, todos aquellos que quieran probar a reparar objetos en su casa pueden hacerlo con el kit DIY que ha desarrollado la marca Humade.
Técnica, estética, significado y tradición se unen en el kintsugi, capaz de convertir los añicos de la cerámica rota en obras de arte.