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El pintor Gustav Klimt fue una de las personalidades destacadas de finales del siglo XIX. Nacido en Austria, cultivó un estilo muy personal y tremendamente reconocido a día de hoy. En Francia, en la Canteras de Luces, se expone una revisión de su obra de forma conceptual, proyectándola en las paredes del lugar y animándola al ritmo de música en alta definición para conseguir una inmersión total.
Aprovechando la ocasión, hoy os hablamos de Gustav Klimt, un pintor con estilo único que llegó a lo más alto de la sociedad vienesa gracias a su arte, y la influencia que tuvo en todo tipo de esferas de la sociedad.
Klimt nació en Baumgarten el 14 de julio de 1862. Tanto sus hermanos como sus padres, y él mismo, siempre tuvieron inquietudes artísticas. Pasó una infancia difícil económicamente hasta que con 14 años recibió una beca de la Escuela de Artes y Oficios de Viena, donde estudió pintura y decoración de interiores.
Su formación coincidió con la renovación arquitectónica y cultural de la ciudad que la convirtió en la capital del arte europeo. Se desarrolla en este ámbito lo que se conoció posteriormente como «historicismo ecléctico», una rama del arte que se centraba en el significado de la obra y su filosofía con mucha influencia en la arquitectura.
En sus inicios como artista, al acabar su formación, Klimt participó en la pintura del techo de las escaleras del Burghteater, en la decoración del museo Kunsthistoriches Museum y en los frescos del Aula Magna de la Universidad, que despertaron polémica por su erotismo y ya dejaron entrever el estilo del artista.
Durante este periodo trabajó con su hermano Ernst, que estudió con él en la Escuela de Artes y Oficios, y juntos pudieron hacer algo de dinero. Gustav comenzó a ganar reconocimiento público y para 1892, cuando su hermano y su padre murieron, él ya tenía ingresos suficientes para mantener a su familia.
Durante esta época conoce a Emilie Flöge, una empresaria y diseñadora de moda con quien permanecería el resto de su vida en una relación muy poco clara. En las cartas enviadas a ella, parece ser simplemente una buena amiga, pero de todas formas nunca se ha sabido qué tipo de vínculo les unía. Aún así, Klimt tuvo recurrentes aventuras, normalmente con sus modelos, y se calcula que tuvo unos 14 hijos con amantes. A pesar de todo, Emile fue una de las musas del pintor, que él mismo retrató.
Más adelante, forma el grupo llamado Wiener Sezession junto a otros 40 artistas plásticos: escultores, arquitectos, pintores… Este movimiento surge como oposición a la Academia Imperial de las Artes Plásticas revolucionando el panorama artístico de la ciudad. Klimt, y el grupo en sí, trabajaron para el gobierno haciendo diversos encargos. Fue aquí cuando le encargaron pintar el Aula Magna de la Universidad, como hemos comentado anteriormente, pero el polémico contenido de sus obras le costó el despido algo más tarde.
Pocos años después pintaría el Friso de de Beethoven, que decora el Palacio de la Secession, otra de sus obras más reconocidas. Aquí ha quedado ya patente el estilo de Klimt y sus temáticas. Frescos de grandes dimensiones, espiritualidad, muerte y naturaleza es lo que pretende transmitir con sus obras, lo que le inspira. Finalmente, acabaría saliendo de Secession también por sus extravagantes ideas respecto al arte que ya le habían dado problemas en el pasado.
En una época en la que comienzan a nacer las vanguardias, en la que el arte es cuestionado, Klimt se siente identificado con esta ideología. Busca una nueva estética provocativa que rompa con lo que los académicos han establecido, huye de lo tradicional. Se apoya en el simbolismo, en el significado de su pintura. Sus composiciones son extrañas y desafían a lo ya visto, trata de forma abierta la sexualidad (algo también de moda en otros ámbitos, recordemos el auge del psicoanálisis por parte de Freud en esa misma ciudad muy relacionado con el sexo).
Su estilo influyó en muchos artistas venideros y de él destacan la concentración de los detalles del lienzo en puntos concretos, dejando vacío el resto; la presencia del oro constante, posiblemente por influencia familiar ya que su padre trabajaba grabando en este metal; la inclusión de espacios abstractos; la presencia de la figura femenina casi constante y el uso de simbolismo para expresarse.
Tras dejar de trabajar para el estado, Klimt viajó por Europa, donde conoció el Art Nouveau y pulió y definió su característico estilo. Al volver a Viena, comenzó a trabajar por encargos que le fueron dando tanto fama como dinero. Es en este periodo cuando pinta sus dos cuadros más reconocidos: el «Retrato de Adele Bloch-Bauer I» en 1907 y «El Beso» al año siguiente. Finalmente, en 1911, la acogida de la crítica le llega por fin con «La vida y la muerte», al ganar el primer premio de la Exposición Universal de Roma.
Toda esta época supuso un “asentamiento” para el pintor. A pesar de tener una vida social activa, la llevaba de forma discreta y trabajaba metódicamente, eligiendo muy bien sus pinturas. En 1915, la muerte de su madre le afectó, cosa comprensible, y se reflejó en las que serían sus últimas obras.
Hacia el final de su vida, Klimt pasó enfermo un largo periodo. Sufrió un infarto, neumonía y, finalmente, una apoplejía que lo acabó matando. A pesar de haber conseguido fama y dinero (sobre todo en su etapa final) dejó muy poco en herencia, ya que tenía muchos gastos en vida debido al gusto por el lujo. Dejó algo de ella a sus dos hermanas, pero la mayor parte fue a parar a Emilie Flöge.
Como dato, en la Segunda Guerra Mundial, gran parte de su obra se perdió, bien robada por la nazis, bien destruida para que estos no la conservaran como botín de guerra. Suyo es el cuadro más caro de la historia, el primer retrato de Adele Bloch-Bauer vendido en 2006 por 135 millones de dólares.