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Como objeto de representación física, los espejos han tenido un gran significado cultural e histórico-artístico durante siglos: desde la autocontemplación y la imagen del alma, hasta el motivo de la transciencia o las transiciones de los mundos reales a mágicos universos paralelos.
Como metáfora del reflejo, el espejo amplía la visión del autoconocimiento y la autocontemplación. Muller utiliza los espejos como punto de partida de su práctica artística para «refractarlos», romperlos o fragmentarlos.
La exposición Espejito, Espejito habla sobre la infinidad y la finitud de la vida. De pie frente a las obras, el espectador se ve impelido hacia cuanto le espera detrás. En otras palabras, a la cuestión de qué sustancia puede encontrar en sí mismo, o qué inestabilidad debe soportar en la disolución de su imagen.
En el encuentro con las obras de Muller – y con nosotros mismos – aprendemos sobre la transitoriedad. Las obras expuestas generan una sensación de desorientación por la existencia de una «cuarta» dimensión que permite la transformación de un cuerpo tridimensional en su imagen especular.
A través de espejos deformantes, la artista transforma todo el espacio expositivo en un espacio de reflejos siempre mutable, ofreciendo de este modo al visitante una experiencia estética y física que va más allá de la autocontemplación.