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Abrimos el año con un artículo muy especial, de los que más nos gustan. Visitando una casa llena de detalles y personalidad en la que nos han abierto las puertas de par en par, con toda la generosidad del mundo para que podamos disfrutar de sus piezas y, sobre todo, hagamos volar nuestra imaginación al pensarnos viviendo en esos rincones repletos de luz que llenan cada espacio de esta vivienda.
Anna Hervera es su propietaria. Estudió Historia del Arte, y como buena amante del arte y del diseño que es, cuando decidió decorar su casa tuvo en cuenta dos cosas: elegir objetos de autor, para que todos tuvieran una historia detrás, y seguir la premisa “menos es más”, porque prefiere que todo lo que haya en ella tenga su propio espacio y protagonismo.
Cuando Anna te invita a su hogar, no sientes en absoluto que falte o sobre nada. Es minimal, cierto, pero no por ello frío. Ha conseguido mezclar colores y materiales para darle el punto justo de alegría y calidez.
El comedor está presidido por un gran ventanal que permite vistas de la ciudad, que filtra toda la luz de Barcelona y enmarca una gran mesa de madera, acompañada por cuatro Wegners en haya.
Un gran ramo de flores, que ella misma ha armado, da vida en la sala, ¡lo de arreglar ramos con encanto también está entre sus habilidades!
Nos fijamos que junto a algunas mini macetas y cactus, tiene tres cuadros austeros, que nos cuenta, son una de sus últimas adquisiciones del artista Luis Feito, que al parecer su método de trabajo es pintar en láminas de gran superficie para después cortarlas y obtener así siempre, obras distintas y peculiares.
Anna tiene dos sillas Acapulco, una negra y otra azul, que se encuentran en constante movimiento entre el interior de la casa y la terraza, según su estado de ánimo. Nos comenta que aunque pueden parecer incómodas, son uno de sus sitios favoritos para sentarse a leer.
Su cocina es limpia y despejada, pero en cuanto abre cualquier armario atesora platitos, bowls, tazas y jarros de cerámica que ha ido recopilando de diferentes diseñadores, Anthropologie, House of Rym, Balls…
Además nos enseña muy orgullosa su exprimidor de Alessi, el cual nos cuenta que fue un regalo de su chico y cuando su madre se enteró de que sólo era de adorno, no era capaz de entenderlo. Nos reímos bastante con la anécdota porque suele sucedernos que la gente no entiende esta manía de tener cosas por el simple placer de admirarlas por su belleza.
Nos enamoramos del papel de pared de su cocina, del diseñador Stig Lindberg, que en sí parece un gran mural decorativo. Cualquier cosa luce en él porque es precioso, pero sus sillas Tolix en color pastel ¡son la guinda perfecta!
Podríamos quedarnos a tomar el té y contemplarlo en silencio durante un buen rato, ¡se estaba tan bien allí…!
Mientras, entre risas, Anna insiste en que probemos su cama de matrimonio gigante y alta, de esas típicas americanas que parece que te abrazan al tumbarte, observamos el papel de pared que también decora su cabecero y unas curiosas mesitas de noche redondas que nos explica son de Kartell. Por momentos todo nos llega a parecer una auténtica visita a un museo vivo del diseño.
Se nota que Anna disfruta con cada detalle que ha elegido para su casa. Desde el primer momento, se entiende perfectamente que es una amante de las cosas bellas, que aprecia el trabajo que alguien dedica en diseñar algo, no sólo por su funcionalidad, sino para ser disfrutado por quien va a adquirirlo.
Porque, si has de tener algo en casa ¿por qué no ha de ser además de útil, bello a su vez?