A partir del próximo 21 de septiembre, CentroCentro dedicará una importante exposición antológica al padre del Impresionismo, Claude Monet. Más de 50 obras maestras de Monet, procedentes del Musée Marmottan Monet de París, explicarán toda la trayectoria artística del maestro impresionista leída a través de las obras a las que más apego tenía el propio pintor, las «suyas», las que conservó celosamente hasta la muerte en su casa de Giverny, y de las que nunca quiso separarse, entre ellas los celebérrimos y emblemáticos Nenúfares.

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El Musée Marmottan Monet alberga el más importante y nutrido conjunto de obras de lincon mensurable artista francés, fruto de la generosa donación que realizó su hijo Michel en 1966.

Para la exposición de Madrid, el museo prestará obras tan excepcionales como Retrato de Michel Monet con gorro de pompón (1880), El tren en la nieve. La locomotora (1875) o Londres. El Parlamento. Reflejos en el Támesis(1905), junto con cuadros de gran formato como sus cautivadores Nenúfares(1917-1920) y sus evanescentes Glicinas(1919-1920).

La exposición, organizada por CentroCentro- espacio del Área de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid – y Arthemisia en colaboración con el Musée Marmottan Monet de París, tendrá como comisaria general la conservadora del Musée Marmottan Monet Sylvie Carliercon el co-comisariado de la historiadora de arte Marianne Mathieu y la asistente de conservación del Musée Marmottan Monet Aurélie Gavoille, encargadas de realizar el discurso expositivo de la selección de obras que componen la muestra.

El recorrido de la exposición se centra en las distintas etapas de las investigaciones de Monet, desde sus inicios en las costas normandas hasta su última obra, los Nenúfares, pintados en su propiedad de Giverny, pasando por sus viajes a Holanda, Noruega y Londres.

Pintura impresionista de nenúfares de Monet
Claude Monet (1840-1926) Nenúfares, hacia 1916-1919 Óleo sobre lienzo, 130×152 cm París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966 Inv. 5098 © Musée Marmottan Monet, Paris

Destacar que la mayoría de los cuadros expuestos forman parte de la herencia directa de Claude Monet. Se trata de las obras que Monet guardó en su estudio, en la casa familiar de Giverny, hasta su muerte en 1926.

Monet. Obras maestras del Musée Marmottan Monet se desarrolla en las siguientes secciones temáticas.

SECCIÓN I. LOS ORÍGENES DEL MUSÉE MARMOTTAN MONET: DESDE EL IMPERIO HASTA EL IMPRESIONISMO

En 1932, Paul Marmottan (1856-1932) legó su palacete del XVI arrondissement de París y sus colecciones a la Académie des Beaux-Arts, que en 1934 convirtió el edificio en un museo. El mobiliario imperial y los cuadros neoclásicos ilustran la pasión de Marmottan por el arte de la Europa napoleónica y constituyen el primer fondo de la institución parisina, que en 1999 adoptó el nombre de Musée Marmottan Monet.

La incorporación del apellido del gran pintor refleja el enriquecimiento de la propia institución. Este excepcional conjunto nació en 1940 gracias a la donación de Victorine Donop de Monchy, de quien se expone en la muestra un retrato, así como dos de las obras maestras que donó al museo, La primavera a través de las ramas y El tren en la nieve.

Pintura impresionista de un tren de Monet
Claude Monet (1840-1926) El tren en la nieve. La locomotora, 1875 Óleo sobre lienzo, 59×78 cm París, Musée Marmottan Monet, donación Eugène y Victorine Donop de Monchy, 1940 Inv. 4017 © Musée Marmottan Monet, Paris

La locomotora, ambas de Claude Monet. En 1966, el museo pasó a ser depositario del primer fondo mundial de obras de Claude Monet (1840-1926) gracias al legado del hijo pequeño y descendiente directo del pintor, Michel Monet, que, aparte del busto de Monet por Paulin, añadió a las colecciones de la institución un centenar de cuadros de su padre desde sus inicios como pintor hasta su última etapa. Cuarenta de ellas forman el núcleo de esta muestra.

Cuadro de pintura de Monet de el mar al atardecer con un velero
Claude Monet (1840-1926) El velero, efecto del atardecer, 1885 Óleo sobre lienzo, 54×65 cm París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966 Inv. 5171 © Musée Marmottan Monet, Paris

SECCIÓN II. LA LUZ IMPRESIONISTA

Con su decisión de salir del estudio y pintar la naturaleza, los impresionistas rompen con la jerarquía delos géneros en la pintura.

A partir de entonces lo que prima ya no es tanto el tema en sí como la sensación provocada por un paisaje o por las escenas de la vida moderna. Convertido en maestro de la pintura al aire libre, Monet dedicó toda su vida a captar las variaciones luminosas y las impresiones de colores de los lugares que miraba. Más que en el motivo, su interés se centraba en la transfiguración de este último por obra de la luz.

Para aprehender esta luz cambiante, el pintor trabajaba deprisa a base de pinceladas sucesivas y no dudaba en aventurarse por lugares expuestos a cambios meteorológicos bruscos. La costa de Normandía, y sus puestas de sol o los paisajes de Holanda, adonde volvió en 1886, le permitieron abordar las intensidades lumínicas de una naturaleza aún salvaje.

Cuadro famoso de Monet de un campo de tulipanes con un molino al fondo
Claude Monet (1840-1926) Campo de tulipanes en Holanda, 1886 Óleo sobre lienzo, 54×81 cm París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966 Inv. 5173 © Musée Marmottan Monet, Paris

SECCIÓN III. EL PLEIN AIR

En el siglo XIX, el advenimiento del ferrocarril y la invención de la pintura en tubos dieron más libertad de movimiento a los pintores, junto con la posibilidad de pintar al aire libre, práctica que sin embargo tenía sus limitaciones.

Obligados a desplazarse con su material, los artistas elegían lienzos de pequeño formato y fáciles de transportar. También tenían que pintar deprisa, a fin de plasmar lo que veían al instante. Fueron Johan Barthold Jongkind (1819-1891) y Eugène Boudin (1824-1898) quienes iniciaron a Monet en esta práctica.

El pintor recorría Francia con asiduidad e hizo varios viajes por el extranjero con el objetivo de pintar marinas, paisajes o escenas de la vida familiar, como el retrato abocetado de su esposa Camille (1870). En algunas de sus sesiones en plein air, Monet recurría a los servicios de un porteador, como Poly, a quien conoció en Belle-Île en 1886 y de quien pintó un retrato.

Pintura de una mujer en la playa de Monet
Claude Monet (1840-1926) Camille en la playa, 1870 Óleo sobre lienzo, 30×15 cm París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966 Inv. 5038 © Musée Marmottan Monet, Paris

SECCIÓN IV. EL JARDÍN DE MONET EN GIVERNY. MÁS ALLÁ DEL IMPRESIONISMO

En 1883 el pintor se instaló en Giverny. En 1890 se hizo dueño de la propiedad y desde entonces ya no se alejó del valle del Sena. Al haber mejorado su situación económica pudo dedicarse casi en exclusiva durante veinte años a acondicionar la casa, y sobre todo a diseñar el jardín.

Esta nueva estabilidad le permitió explorar el entorno y afinar su vista y su estudio de la naturaleza pintando todos los aspectos de las plantas y flores que lo rodeaban. La figura humana fue desapareciendo progresivamente de su obra, cuyo único asunto acabaron siendo los iris, los hemerocallis, los agapantos y sobre todo los nenúfares, al tiempo que adoptaba como tema predilecto su jardín acuático.

Pintura impresionista de Monet, flores
Claude Monet (1840-1926) Los hemerocallis, hacia 1914-1917 Óleo sobre lienzo, 150×140,5 cm París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966 Inv. 5097 © Musée Marmottan Monet, Paris

Al final de su vida, Monet vivía rodeado por sus creaciones, a caballo entre su estudio y su jardín. Las obras aquí expuestas proceden de su domicilio y constituyen, por su excepcionalidad y sus dimensiones, un conjunto único en el mundo.

SECCIÓN V. LAS GRANDES DECORACIONES

Desde 1914 hasta su muerte, en 1926, Monet representó su jardín acuático de Giverny en ciento veinticinco paneles de gran formato de los que regaló una selección a Francia (lo que se conoce actualmente como los Nenúfares de la Orangerie).

Estas pinturas monumentales, pintadas directamente en el estudio, llevan a su paroxismo las investigaciones iniciadas ya con los Nenúfares de 1903 y 1907. Al representar un fragmento de su estanque en formatos muy grandes, Monet no solo prescinde de cualquier perspectiva y referencia espacial, sino que también propone sumergir al espectador en una extensión de agua convertida en espejo: nubes y ramas de sauces se reflejan en la superficie del estanque en la que ya no se distingue entre arriba y abajo.

Estos paisajes sin principio ni final invitan a una experiencia contemplativa en la que basta con representar una flor, un detalle de la naturaleza, para sugerir su inmensidad.

Cuadro de Monet de un puente con su río
Claude Monet (1840-1926) El puente del ferrocarril. Argenteuil, 1874 Óleo sobre lienzo, 14×23 cm París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966 Inv. 5037 © Musée Marmottan Monet, Paris

SECCIÓN VI. LA ABSTRACCIÓN EN CUESTIÓN

En 1908, Monet empezó a sufrir de cataratas, dolencia que le impedía ver con claridad y alteraba su percepción de los colores. Durante la lucha del pintor contra esta ceguera progresiva, su paleta se redujo quedando dominada por los marrones los rojos y los amarillos, como dejan patente en esa época, los ciclos de El sendero de los rosales, los Puentes japoneses y los Sauces llorones.

Pintura de Monet de un sauce llorón
Claude Monet (1840-1926) Sauce llorón, hacia 1918-1919 Óleo sobre lienzo, 100×120 cm París, Musée Marmottan Monet, legado Michel Monet, 1966 Inv. 5080 © Musée Marmottan Monet, Paris

Su pintura también se volvió más gestual. Desde entonces en sus cuadros se hizo visible la mano que sujetaba el pincel. La forma se diluye frente al movimiento y el color y en su tránsito desde la representación hasta el esbozo acaba siendo casi indescifrable.

Estos cuadros de caballete sin parangón en la trayectoria de Monet dejaron una huella muy profunda en los pintores abstractos de la segunda mitad del siglo XX.