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Leonora Carrington fue una de esas artistas del siglo XX que pudo quedar cohibida de crecer como artista solo por ser mujer. Estuvo rodeada de artistas e intelectuales como Picasso, Dalí, Max Ernst y Breton, en un tiempo donde la mujer podía llegar a ser solo musa del hombre con el que estuviese.
Sin embargo, no fue así. Aunque hoy sea poco conocida, mientras estuvo creando en vida sí lo fue. Por mucho estuvo viajando y huyendo de su familia en Inglaterra y otros lugares, pero finalmente se establece en México, donde es conocida como una de las tres artistas más importantes, junto a Frida Kahlo y Remedios Varo.
Biografía de Leonora Carrington
De las artistas mujeres del siglo XX latinoamericanas (aunque haya nacido en Inglaterra), la de Leonora Carrington es de las más interesantes, y tristes si observamos todo lo que tuvo que luchar para ser quién quería ser, y hacer lo que más le gustó siempre: arte.
Su obra, así como su vida, se encuentra llena de cierto misticismo cosmogónico, mágico y ficcionario, especialmente por los seres fantásticos que nos dejó. Todo ello sin dejar de lado que tenía una capacidad para las letras tan místicas, que para muchos suele ser casi incomprensible. Nos dejó no solo una extraordinaria obra plástica, sino también una estupenda prosa, como El séptimo caballo y otros cuentos, entre otras.
Nace Leonora Carrington
Leonora Carrington nació el 6 de abril del año 1917 en Inglaterra, y falleció en Ciudad de México el 25 de mayo del 2011. Fue artista plástico y escritora, y de las más destacadas del movimiento surrealista. Además de pintura, también realizó textil, escultura, grabado y joyería.
Adicionalmente, fue también escritora, desarrollando una obra de dramaturgia, cuento y novela. Estuvo envuelta entre otros artistas de su época, tales como Remedios Varo, André Bretón, Max Ernst, y Luis Buñuel. De hecho, cuenta en uno de sus libros que conoció a Frida Kahlo, una experiencia para ella un tanto desagradable, describiéndola como una persona un tanto escandalosa.
La infancia de Carrington
Los mitos celtas fueron los que rodearon la infancia de Carrington. Su madre Maureen Moorhead fue quién constantemente le contaba estas historias, junto a su abuela y su nada. Todas ellas eran irlandesas, razón suficiente como para que fuesen proclives a la fabulación.
Algunas de las historias que le contaban, giraban en torno a razas míticas de Irlanda antigua; decían que la familia Moorhead habían convivido junto a estas razas en los caminos y los campos. Todo ello muy contrario a su padre, Harold Wilde Carrington, un hombre exitoso de negocios.
Fue su padre quien siempre estuvo en contra de los intereses artísticos de su hija, especialmente aquél interés tan profundo por los temas fantásticos. La idea de su padre siempre fue que encontrara un esposo que la continuara posicionando en altas clases sociales.
Pasó su infancia rodeada de grandes jardines y bosques; vivió con su familia desde los tres años en un castillo neogótico en Crookhey Hall. Todo este paisaje lleno de encantos para Carrington, serían luego inmortalizados por ella en obras como Green Tea, en 1942.
La educación de Leonora
La educación de Leonora Carrington estuvo envuelta por una sociedad que destinaba a las señoritas al matrimonio, en la ciudad de Chelmsford, específicamente en el Convento del Santo Sepulcro, donde estuvo Oscar Wilde encarcelado. Sin embargo, no era lo que la artista quería, por el contrario, estuvo siempre devorando libros tras libros.
En la casa de los jesuitas del colegio en el que sus hermanos participaban, en Shonyhurst, estaba también Leonora participando con gran ánimo en las diversas charlas y debates a partir de temas que ahí organizaban. Todo, manteniendo siempre su propio mundo imaginario, en el que se encontraban fantasmas, duendes, gigantes, los cuales venían de esa educación irlandesa que llevó, junto a todo un mundo de mitología celta.
Experiencias sobrenaturales que marcarían su obra
Desde muy niña Leonora Carrington estuvo rodeada de todo un mundo natural, las aves y los caballos se convirtieron en protagonistas de su vida, tanto real, como fantástica, plasmada luego en sus obras plásticas y literarias. Tal contacto desde pequeña con este mundo, para muchos otros era sobrenatural.
Todo esto fue motivo suficiente como para que fuese expulsada del Santo Sepulcro. Esto trajo como consecuencia un constante cambio de escuelas de forma constante. Hay que considerar que para su contexto social y cultural, la educación que destacaba para las mujeres tenía un mismo fin, el cual no llenaba sus expectativas, y la aburría de tal manera que decaía en depresión.
La enviaron a Florencia, a estudiar en una escuela de señoritas llamada Miss Penrose School for Girls, lo que la ayudaría a estar en contacto diversos museos de arte florentino por casi un año. Lo siguiente sería la educación que tuvo en París, en una escuela privada de modales exclusivamente para señoritas, de donde también sería expulsada.
Después de eso, un profesor de arte de apellido Simon le reclamaría para, finalmente, estar aprendiendo lo que realmente lo que le gustaba. Fue él quien le enseñaría a dibujar y explorar todo ese mundo surrealista en el que Leonora Carrington vivía.
Primeros contactos con el movimiento surrealista
En el año 1937, cuando tenía tan solo 20 años, viajó a Londres, donde ingresó en la Academia de Arte de Ozenfant. Fue en esa misma ciudad donde un año más tarde conocería a Max Ernst, pintor alemán, quien tenía 47 años de edad en ese entonces. Años más tarde, tendrían una relación sentimental un tanto tormentosa.
Para ese entonces Max Ernst ya tenía cierta fama como surrealista. Además, estaba casado, razón suficiente como para que su padre se opusiese a tal relación. Tiempo después, a pesar de todo, se reencontraron en París, donde sí consolidaron abiertamente su relación.
París
Durante este periodo, ya en París, estuvo en contacto no solo con el movimiento surrealista, sino mantuvo contacto con otros personajes notables del movimiento, como André Breton y Joan Miró. Solía también reunirse con otros pintores en el Café Les Deux Magots; principalmente con Dalí y Picasso.
Escribió su primer cuento en París, en 1938, llamado La casa del miedo, en la que también participó Max Ernst, participando tanto en Ámsterdam, como en París, en la Exposición Internacional de Surrealismo. Más tarde, muchos artistas del movimiento surrealista fueron activos colaboradores de un movimiento subterráneo de antifascistas intelectuales, en el Freier Künstlerbund, tras la ocupación en Francia de los nazis.
Su vida junto a Max Ernst
Fue en París donde pudo vivir su amor junto al pintor surrealista alemán. Vivieron en el poblado de Saint-Martin-d’Ardéche, desde 1938, en una casa de campo que ambos consiguieron, cuya fachada hoy día aún se conserva, con un relieve que forma parte de una representación de la pareja.
Sin embargo, su feliz relación tan solo un año duró. Muchos alemanes en ese entonces, así como austríacos, fueron arrestados, incluyendo a Ernst. Todo esto causó en Carrington terribles desequilibrios psíquicos. Luego de la invasión nazi, la misma artista se vio obligada a huir hacia España.
En España: el hospital psiquiátrico de Santander
Su estancia en España no fue tan acogedora como ella esperaba, especialmente porque su padre la internó en el hospital psiquiátrico de Santander. Este periodo fue para ella tan fuerte, que marcaría su obra posteriormente, tanto pictórica, como escrita. Escribió una obra autobiográfica donde escribió detalladamente todo lo que vivió allí, una historia indudablemente dramática.
De esta época fue que el mismo André Breton se interesara aún más no en Carrington como una suerte bruja que pudo regresar del más allá con fuertes poderes visionarios, sino por temas como la locura y la histeria. La artista se convertiría en una vidente que volvía del “otro lado” con una visión tan poderosa, como única.
El escape del hospital y su trayecto por Lisboa
Nadie que haya estado en un sanatorio mental y haya salido de ello en esta época, lo contará como una agradable experiencia. Pero quizás tampoco, jamás, como lo transformó Leonora Carrington en sus obras. Fueron algunos años que estuvo internada, hasta que escapó, finalmente, en 1941.
Su escape la llevó hasta Lisboa, donde conoció al escritor Renato Leduc, y un refugio en la embajada de México, a donde emigró. Fue para ella un año tan movido, que se casó con Leduc y viajó a Nueva York.
México, el país que la adoptaría
Logró emigrar a México con la ayuda de quien fue su esposo Renato Leduc en 1942. Sin embargo, un año más tarde se divorciaron. Pasó un año para que conociera a su segundo esposo, el húngaro y fotógrafo Emérico Weisz apodado “Chiki”, quién por mucho sería la mano derecha de Robert Capa. Fue además el único hombre con quién tuviese hijos, Pablo y Gabriel.
En México volvió a encontrarse con varios de sus amigos intelectuales del movimiento surrealista, quienes se encontraban también allí exiliados. Algunos de ellos fueron André Breton, Wolfgang Paalen, Benjamin Péret, Bridget Bate Tichenor, Alice Rahon y quién sería su amiga durante muchos años, Remedios Varo.
Carrington y la escultura
Hacia los años ochenta la artista comenzó a fundir en bronce algunas esculturas. En aquél entonces eran muy recurrentes los temas en torno a la vejez. Todo esto sin dejar de lado que mantuvo gran interés hacia la alquimia, a la par de todos aquellos cuentos con los que creció.
La mayoría de sus esculturas se encuentran en México, muchas de ellas formaron parte de una muestra en el Paseo de la Reforma, ubicado fuera del Museo de Antropología, con esculturas surrealistas a partir de figuras humanas con mezclas animales y la tradicional mística celta en cada una de ellas.
Últimos días
Leonora Carrington vivió hasta los 94 años de edad. Nunca le gustó otorgar entrevistas, se mantuvo al margen de la publicidad. Ella misma decía que odiaba desnudarse como si fuera una estrella de la Playboy. Como muchos surrealistas, se consideraba más que eso, y aún más por haber sido compañera sentimental del artista Max Ernst.
Fue defensora de los derechos de la mujer, feminista. En el año 2005 México le otorgó el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes. Falleció tal como lo quiso, sin ningún fotógrafo que asistiese a su entierro en el Panteón Inglés, en Ciudad de México. Paradójicamente, su último esposo y compañero de vida, fue un fotógrafo.
Algunas de las obras más importantes de Leonora Carrington
Así como lo extensa de la vida de Leonora Carrington, fue también su obra, tanto artística, como literaria, especialmente en cuanto al contenido de cada una de ellas. Por ello, disminuirla a unas cuantas, logra ser tan complejo, como ella misma lo fue. Toda su obra está llena del misticismo que le caracteriza, más allá del mundo onírico que define al surrealismo.
Basta con leer La puerta de piedra como para percibir que no se enfrenta ante cualquier obra surrealista, sino más bien una novela esotérica con grandes símbolos de la Cábala; o su Autobiografía escrita en 1940, no solo para tener los datos del encierro en el que estuvo en el psiquiátrico, sino para mirar que dentro de sí misma había un mundo mágico que era necesario sacar a la luz.
Nos persiguen en sus cuadros caballos de su infancia, personajes mágicos bajo una suerte de seres humanos que se mezclan con figuras animales, y aquellos colores que le acompañan, para completar una obra única que le caracterizaría para siempre.
Autorretrato, 1937 – 1938
El Autorretrato de Leonora Carrington se encuentra en el Metropolitan Museum de Nueva York, un óleo sobre lienzo de 65 x 83 centímetros. Fue realizado en aquella época en la que andaba con Max Ernst, cuando tenía alrededor de 20 años, mostrándonos la gran creatividad que siempre tuvo.
En el autorretrato nos muestra a una joven con cuyo vestuario de montar a caballo recuerda su infancia en aquel campo rodeada de caballos, junto a esos botines victorianos de tacón. Siempre quiso esa libertad que sintió se le fue prohibida desde niña, al llevarla hacia un camino que no era elegido por ella.
En el sillón sobre el que reposa, se notan ya elementos surrealistas, especialmente en esos brazos humanos que, como ella, calzan también botines de tacón. En efecto, nos lleva a ese mundo en el que vivió, elegante y burgués, para ella, aburrido.
Aquél caballo.-balancín blanco tras de ella también se dirige a la ventana, queriendo salir hacia la libertad. Como si todos dentro de esa vacía habitación mantuviesen la necesidad de respirar aire fresco. Sin embargo, frente a ella observamos a una hiena con ojos humanos como una suerte de alter-ego. Ella misma escribió al respecto en un relato que tituló “La debutante”.
Y entonces vimos a la hija del Minotauro, 1953
Se podría decir que Leonora Carrington fue una de esas pocas artistas hizo en sus obras composiciones multi-estratificadas, considerando que en ellos surgen distintas situaciones y en niveles diferentes; es eso precisamente lo que observamos en Y entonces vimos a la hija del Minotauro.
Se trata de una litografía en el que observamos, por un lado, a un personaje principal femenino, la cual nos hace referencia a la Diosa Blanca, un personaje clave en la obra de la artista. Nos remite de alguna manera al poder femenino que existió en las civilizaciones antiguas, adoptada por Carrington a partir de la lectura de un ensayo del escritor Robert Graves titulado La Diosa Blanca.
Mientras que los dos personajes infantiles vestidos de negro, son posiblemente la referencia más íntima que se podría encontrar en esta litografía, porque se trata de sus dos hijos, Pablo y Gabriel. Ellos se encuentran observando lo que pareciera ser una suerte de ritual.
En este ritual participa una reinterpretación del Minotauro. Habrá que considerar que, como figura de la mitología Griega, no es domesticado, pero Carrington lo ha reinterpretado de esta manera. Más allá de ello, hay que recordar que la artista siempre tuvo un máximo respeto hacia la naturaleza y los animales.
Esta reunión entre personajes peculiares, se completa con los dos caninos y a una especie de bailarina onírica. Así Leonora Carrington solía recordar su infancia, con múltiples seres de otras especies. Todo esto aprendido y querido así gracias a su madre, quien no solo convivía con sus hijos, sino también con los animales.